miércoles, 6 de octubre de 2010

Gritemos. Sobre la deportación de gitanos en Francia


Nicolás Sarkozy, presidente de la República Francesa e hijo de inmigrantes (húngaro el padre, griega la madre), está expulsando de su país a miles de ciudadanos rumanos y búlgaros de etnia gitana (es decir, a ciudadanos de países europeos, miembros de pleno derecho de la Unión), apoyándose en argumentos y empleando procedimientos que solo pueden llenar de asco y de rabia a cualquier ser humano que conozca y respete mínimamente los preceptos contenidos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, cuyo artículo Quinto reza: “Nadie será sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos y degradantes”.

Estas deportaciones masivas e indiscriminadas, estas bestiales cacerías de niños, adultos y ancianos, son, y digámoslo sin eufemismos, un acto inequívocamente racista, un acto de genuino fascismo. Una barbarie de Estado cometida, y tal vez esto sea lo más preocupante, con el voto y la complicidad de media Francia, y con la tibia reacción (salvo un puñado de honrosas excepciones) del resto de Estados de la Unión Europea, de la Comisión Europea, de Naciones Unidas...

Nicolás Sarkozy, mediocre estudiante, histrión megalómano, político conspirador y trapichero, de escasa talla intelectual y repulsiva textura moral, emprende esta cruzada racista justo en el momento en que es investigado por la prensa y los jueces por su implicación en oscurísimos trasuntos financieros que enredan a algunas de las mayores fortunas de Francia. Calculando el impacto que estas investigaciones puedan tener en sus perspectivas electorales, Sarkozy ha decidido echar las redes en el caladero de votos de la extrema derecha de Le Pen, imitando a Berlusconi (que ya gobierna en coalición con la derecha neofascista y con el apoyo de la mafia, y utiliza desde hace años a los inmigrantes como chivo expiatorio de todos los males de Italia), y con la complicidad del PP europeo. Mientras tanto, liberales, socialistas, verdes y comunistas europeos sólo consiguen pactar un tibio rechazo del Parlamento Europeo, que no se traducirá en ninguna acción ni medida concreta para frenar esta ignominia.

De sobra sabemos que no existe la discriminación por ser extranjero, ni de otro color, raza, sexo o religión. La única discriminación es la de la miseria. No hay rechazo al extraordinario deportista negro, ni al gran bailaor gitano, ni al genial modisto gay, ni al jeque árabe que varias semanas al año ocupa en exclusiva con su séquito un hotel, una playa y una clínica en la costa mediterránea. Pero se mira con recelo y desprecio al que duerme bajo cartones, en un cajero, en el metro, bajo un puente o en parque más cercano. Políticos populistas de extrema derecha como Berlusconi o Sarkozy se aplican en encender estos sentimientos, y ganar votos a costa de cargar sobre la espalda de los excluidos todo el malestar social que provocan las acciones de políticos corruptos, especuladores financieros, patronos abusivos, empresas contaminantes, mafias que esclavizan inmigrantes, clérigos pederastas, gobiernos adictos a la guerra...

No se acaba con la exclusión social con medidas discriminatorias. Y menos aún, con comportamientos fascistas como los de Nicolás Sarkozy. La integración vendrá de la mano de normas de convivencia que todos debemos respetar, pero también de un derecho justo y real al trabajo, a la sanidad, a la educación, a la vivienda... Aplíquense las leyes al individuo concreto que las infringe: al gitano y al payo, al negro y al blanco, al autóctono y al recién llegado... Y paremos, de una puta vez, esta oleada maldita de cortinas de humo que, a beneficio de los grandes delincuentes de Estado y Mercado, castigan colectivamente a ciudadanos que, al padecimiento de la exclusión social, deben añadir ahora el horror de la persecución.

Europa camina de vuelta hacia el fascismo. Releamos a Walter Benjamin, releamos a Antonio Gramsci, releamos a Primo Levi, releamos a Marcos Ana, releamos a Anna Frank... Esa es, otra vez, la Europa que viene. Releamos a las víctimas del fascismo, conmovámonos con su sufrimiento y tomemos lección de sus experiencias. Y luego, en lugar de callar, llorar o rezar en silencio, tomemos las calles y las plazas, y gritemos.

[Publicado originalmente en el nº 7 (septiembre de 2010) de Ambroz Información. Edición digital en http://www.radiohervas.es/]

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