domingo, 22 de agosto de 2010

Altar y trono (y crisis). Sobre las próximas visitas papales a España


En fechas recientes, el rey Juan Carlos pidió solemnemente al Apóstol Santiago ayuda en todos los sentidos: para superar las dificultades económicas, para vencer al terrorismo, para que estemos unidos y orgullosos de ser españoles, para que generosamente ayudemos a resolver los problemas ciudadanos y (lo que se nos antoja aún más difícil) para que ilumine el juicio de nuestros políticos.


Reflexionemos sobre este asunto a ver si conseguimos poner un poco de luz en medio de tanto Divino Misterio: en un Estado supuestamente aconfesional (que tal cosa figura en nuestra Constitución, aunque no lo parezca a la vista de tanto alcalde en procesión y tanto cura en el colegio), el máximo representante de una institución tan anacrónica como la monarquía (es decir, el rey, al que ni usted ni yo hemos tenido la oportunidad de votar) le pide a la estatua de un santo (que murió hace casi 2000 años y a 4000 kilómetros de distancia de Santiago de Compostela) que arregle nuestra crisis económica y el resto de los problemas que nos afectan. O sea, que haga el milagro de sustituir la floja gestión de nuestros representantes democráticos y convierta este desbarajuste de país en el País de las Maravillas (donde Alicia será, naturalmente, una reina).

Ni Iker Jiménez en su programa “Cuarto Milenio”, sobre fenómenos paranormales, se atreve a dar una noticia como esta con la pasmosa naturalidad con que la ofrecieron los medios de comunicación (que, por lo visto, deben pensar que la ciudadanía española es mayoritariamente imbécil, o sigue recluida en las mazmorras psicológicas y culturales de la Edad Media).

Pues bien, en el caso de que la estatua del Apóstol Santiago no hubiera oído o prestado atención a las palabras del rey, no debemos preocuparnos: este otoño (6 y 7 de noviembre) viene de visita a España el Santo Padre, que suponemos goza de más cercanía y predicamento con el Apóstol. Viene a bendecir el Año Santo compostelano y, de paso, a consagrar el templo de la Sagrada Familia de Barcelona. En agosto de 2011 volverá, en esta ocasión a Madrid, a celebrar una Jornada Mundial de la Juventud. Sumado todo ello serán alrededor de tres días de visita papal (como pastor supremo de una religión y no como jefe del Estado Vaticano, quede claro). No sabemos si estas visitas nos ayudarán o no a salir de la crisis, pero sí que la broma nos costará 50 o 60 millones de euros. ¿Han oído ustedes bien? Para mejor entendernos: la friolera de unos 10.000 millones de pesetas de las de antes.

Semejante pastizal no lo aportarán a escote los fieles seguidores de la mencionada religión, la Conferencia Episcopal o el propio Vaticano. Lo pagaremos todos, bien por la vía de los gastos asumidos por las administraciones públicas (organización, seguridad, escenarios, pantallas gigantes,...), bien mediante el patrocinio de 40 grandes empresas que, tras correr con los gastos, nos los repercutirán luego a los consumidores en la factura, y encima se beneficiarán después de jugosas exenciones fiscales. Resulta difícil creer que estas empresas, colaborando con la jerarquía eclesiástica, están financiado un futuro chalecito en un paraíso celestial que no merecen y en el que no creen. Simplemente, están mejorando el paraíso del que ya disfrutan en la Tierra sus directivos y consejeros, hinchando aún más sus abultadas cuentas corrientes y su antidemocrática influencia política.

En su momento, conoceremos las cifras definitivas del evento y sabremos con detalle quiénes se han hecho cargo de ellas. Será interesante saber si, como ocurrió en la anterior visita papal a Valencia, será alguna trama mafiosa (como la de los “chicos de la Gürtel”) la encargada de algunos aspectos de la organización. Y también veremos si el Santo Padre mostrará de nuevo su tradicional afán de injerencia en los asuntos civiles de nuestro país, leyéndonos el catecismo y amenazándonos con todos los males del infierno si votamos lo que a él y a sus colegas purpurados no les sale del anillo que votemos.

Mientras tanto, dice el gobierno que es un acontecimiento “de interés especial”. En condiciones normales sólo sería un evento especialmente caro. En las actuales circunstancias (4 millones y medio de parados, un 20% de la población rozando o por debajo del umbral de la pobreza,...) es una grosera e injustificable puñalada trapera en el corazón de tantos hombres, mujeres, ancianos y niños que están pasando las de Caín para sobrevivir.

Hace años, ya casi ni se oye, nos hacían ver desde publicaciones de izquierdas los tractores que podrían comprarse por el precio de un avión de combate, o las semillas y abonos que podrían sufragarse con lo que costaba un tanque. Pensemos por un momento lo que podría hacerse con el dineral que costará esta visita si el presidente de la Conferencia Episcopal, el presidente del Gobierno y el rey le dijeran al Papa que se quedara en casita rezando el rosario. Respecto a los cuarenta grandes empresarios, mejor no decirles nada; si acaso, recordarles desde nuestra ingenuidad que “los ricos son tan pobres que sólo tienen dinero”, y que, a lo que se trasluce de su bien conocido comportamiento rapaz e insolidario, su verdadera religión no tiene más santo que San Beneficio, ni mejor templo que los bancos suizos y los paraísos fiscales caribeños.

Ciudadanos y ciudadanas: a la vista de tamaño latrocinio revestido de superstición, ¿no sería ya la hora de despertar?

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