Mientras los mandatarios del G-20 fingen debatir sobre el futuro del mundo, continúa la sangrienta escabechina en Irak, Afganistán, Pakistán o Palestina, y la hambruna y la miseria crónicas en los lugares de siempre; paralelamente, seguimos destruyendo el planeta (agua, tierra, aire, vida) que deben heredar nuestros hijos, y levantando muros reales o virtuales de odio y discriminación; a la vez, vemos como se van descafeinando nuestras democracias, y se degradan las conquistas populares y sindicales habidas desde la Revolución Francesa...
Y, en fin, contemplamos impertérritos esta brutal crisis económica, que unos pocos han creado y otros muchos padecemos, y que es también una monumental crisis de valores éticos y cívicos.
Dejando a un lado la realidad internacional para ceñirnos a nuestro país, tampoco es fácil encontrar un hueco para el optimismo. Según le apetezca a los medios de comunicación (casi todos ultraconservadores o neoliberales, salvo dignas y contadas excepciones) hoy se hablará del burka, de los crucifijos, de la reforma laboral, de los homosexuales, del Estatut, del aborto, de las próximas visitas papales, de Cuba, del paro, de la inmigración, de la violencia de género.,… todo ello desde un punto de vista reaccionario, cuando no abiertamente inquisitorial.
Más difícil resulta encontrar en los medios trabajos serios de investigación sobre el sistema financiero o sobre la corrupción política, por ejemplo. Tal vez porque, llegados a este punto, ya se considere normal que una parte de la clase política, llevada por la ambición, se deje manipular por los poderes empresariales y financieros. Y quizás porque de la usura parasitaria de la banca no es necesario hablar: forma parte de su propia naturaleza, como les ocurre a algunos insectos y arácnidos (las garrapatas, por ejemplo). La ciencia distinguiría entre políticos corruptos y banqueros, hablando de la avaricia adquirida y la congénita.
Pero no todo van a ser malas noticias. España conquista los más elevados honores futbolísticos y la bandera, tanto tiempo en manos de la ultraderecha, vuelve a ser patrimonio de muchos, a la vista de las calles y los balcones patrios. Millones de trabajadores en paro, miles de personas dependientes sin atención, cientos de familias desahuciadas de sus hogares,... ¿qué importa todo eso si se ha conquistado la Copa del Mundo?
Asimismo, hay una noticia a nivel internacional que no quiero dejar pasar de largo por su trascendencia histórica: la reciente boda de la princesa sueca con su entrenador personal, un joven plebeyo. Aristócratas y otros grandes del mundo asisten invitados al evento (incluidos, claro esta, varios miembros de la realeza española) oficiado naturalmente por altos representantes de la Iglesia. Mientras, las clases populares consumen con voracidad todo lo relacionado con el hecho y sus circunstancias (trajes, almuerzos, regalos,…) como si del cuento de Cenicienta/o se tratara (¡es que el novio podría haber sido nuestro hijo!).
No hay comentarios:
Publicar un comentario