lunes, 14 de enero de 2008

¡Me lo temía!

Sabía que algo en mí no iba bien. Sabía que había un problema.
Desde que el siempre tan culto y pacifista señor Bush comenzase a hablar del eje del mal, tuve la casi certeza de no ser una buena persona. Porque, aún conociendo sus muchos y notorios defectos, yo sentía más simpatía por Fidel Castro, por Hugo Chávez, e incluso por el vociferante presidente iraní Ahmadinejad, que por el ilustrado inquilino de la Casa Blanca. O al menos, me daban menos miedo que él.
Ya eran síntomas claros. Pero ahora se han confirmado mis peores augurios. Ahora han sido esos otros grandes demócratas, ejemplos de tolerancia y paradigmas del progresismo que son Rajoy, Acebes, Aguirre o Alcaraz, entre otros, los que me lo han hecho ver con claridad: todos los que no estábamos este fin de semana en su manifestación de Madrid, en cuerpo y/o alma, no somos “españoles de bien”.

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