jueves, 28 de mayo de 2009

Impuestos, ¿para qué? Sobre impuestos municipales y valores cívicos


Pensé, en un primer momento, dedicar este artículo al destino de nuestros impuestos a escala nacional y autonómica: la macroeconomía, los millonarios presupuestos de ministerios y consejerías, las grandes infraestructuras y servicios públicos... Sin embargo, he preferido en esta ocasión reflexionar sobre algo mucho más cercano: el destino de nuestros impuestos a nivel local, para qué pagamos impuestos y qué recibimos a cambio de ellos los hervasenses.


Recuerdo dos pequeñas anécdotas, ocurridas hace algunos años en ese jardincito ubicado entre el antiguo Colegio y el Ayuntamiento. Cierto día, una señora mayor animaba cariñosamente a su perrito para que defecara en el césped. Otra señora algo más joven se lo recriminó, indicándole que ese no era el lugar adecuado. Pocos días más tarde, al salir de clase, un niño se balanceaba sobre las cadenetas de hierro que sirven de cierre al mismo jardín, en presencia de su madre. Alguien le dijo al niño que no debía hacer eso.


Ambos episodios tuvieron el mismo desenlace. Tanto la dueña del perrito como la madre del niño, curiosamente, contestaron de forma idéntica: "¡Oiga, que para algo pagamos impuestos!".


Pues no, mire usted. Pagar impuestos nos da derecho a recibir mejores servicios, pero no nos autoriza a convertirnos en peores ciudadanos.


Desde luego que tenemos derecho a pedir (o mejor dicho, a exigir) la existencia y la constante mejora de todo tipo de servicios municipales: centros de salud y de enseñanza, espacios para la participación ciudadana, la cultura y el deporte, servicios de protección civil y seguridad, buena atención a nuestros mayores, cuidado de nuestro medio ambiente... E incluso, si sobra dinero de todo lo anterior, también un buen programa de festejos. Y todo ello solicitado (o mejor dicho, exigido) donde corresponda: en el Ayuntamiento, en el Centro de Salud, en el Colegio, en el SEXPE... Y si es menester, ante instancias superiores, incluidos los tribunales de justicia. Porque para todo eso pagamos impuestos los hervasenses.


Ahora bien: para que el perro haga caquita en el césped o en la calle; para que el niño siga columpiándose hasta romper la barandilla; para desahogar el enfado o la borrachera contra un seto, una farola o una papelera; para escupir en el suelo; para llenar de desperdicios la muralla del parque y otros lugares de uso público; para incumplir las normas de tráfico y del sentido común a bordo de un vehículo de dos o cuatro ruedas; para tirar la basura a cualquier hora del día y abandonar un colchón o un frigorífico cuando y donde nos apetezca; para injuriar a cualquier convecino en público (o, como ahora esta de moda, utilizando las nuevas tecnologías de un modo miserable, cobarde y anónimo); para impedir a balonazos o con carreras de bici o patinete el tranquilo paseo por una calle peatonal; para llevar perros sin correa ni bozal por la vía pública; para convertir la fiesta propia en el penoso insomnio de los demás; para envenenar ríos y bosques con escombros y residuos peligrosos... Pues no. Para todo eso, y para otras tantas cosas similares, no es para lo que pagamos impuestos.


Más bien, pienso que desterrar estos comportamientos, incívicos e irresponsables, es lo que nos falta para convertirnos, de una puñetera vez, en ciudadanos de primera. Ciudadanos tan exigentes con nosotros mismos como con las instituciones que nos representan. Ciudadanos que con su nuestro propio comportamiento demos ejemplo de todo lo que después vamos a exigir a nuestros representantes. Ciudadanos educados, respetuosos, tolerantes, solidarios. Ciudadanos con valores cívicos. Ese es el primer paso. Y luego, a partir de ahí, a luchar por todo lo que en justicia nos corresponda.

Publicado en La Crónica del Ambroz, abril de 2009

No hay comentarios: